sábado, 28 de noviembre de 2009

"DE CUÁNDO HICIMOS EL AMOR IMAGINARIAMENTE..."


"DE CUÁNDO HICIMOS EL AMOR IMAGINARIAMENTE, Y DE CÓMO AHORA ESTOY INVENTANDOME UNA NUEVA VIDA..."

El prólogo.

Como si yo pudiera decidir mi destino, tomé un arma corta, la apunté a mi cabeza justamente en la sien, y jalé el gatillo. Me disparé, todo se tiñó de rojo, mis ojos ámbar se convirtieron en blancos, en nada. Como ese maldito instante en la que juzgaste a conveniencia tu partida. Te culpo de mi muerte.

Al principio del Invierno.

Me apresuré un poco al ver la hora que marcaban las agujillas de mi reloj, no debía llegar tarde a la cita, esa que había esperado durante tanto tiempo. Una vez encontrados, pude observar esa sonrisa cómplice que te indica el paso a seguir. Yacidos en la cama después del frenesí consumado, me hice creer que gozaba cual integrante vip del “paraíso”.

Una pieza, dos, tres, ya no había más pizza, tu preferida, de champiñones con placer. Trun, trun, trun… fueron los sonidos de tantos golpes, como abofeteado por esa mujer alta y ruda que te llama imperiosa a surcar lejos de tus fantasías. Decidí caminar entonces para despejarme de ti, para despojarme de tus espíritus, que me hundían en el holocausto.

De pronto, aún húmedo por las gotas de agua estrelladas contra mi rostro, sentí el vacío que me dibujaste al otro lado del espejo frente a nuestro nido de adonis amantes. No lloré; ni tu nefasta huida pudo domarme. Lo que si mi orgullo me permite vocear fue ese calor a olvido, con el cual me di de nockouts las cuarenta y siete noches contadas hasta este mediado de mes inicial que promete tanto, que de seguro blasfema.

Meses después en Primavera.

En la tarde siguiente, me dirigí a la plaza donde se apostan los mercaderes, y tomé una fruta en un puesto que decía en un papel de cartón, pequeño y sucio: “cinco bolívares fuertes por manzana” la misma vieja decrépita que me la vendió, con ínfulas de escritora de cuentos de hadas, me dijo antes de retirarme “no te confíes, hasta en lo mas bello reside el pecado”.

Te reseño a manera de confidencia, que este nuevo “tú”, es realmente tormentoso. Que si quiere, que si no. Que si le conmuevo, que si le provoco honestidad. Que si nunca, que si para siempre.

Compré un boleto en la primera estación de tren a una provincia llena de turistas, como escabullendo de mi mismo, pensé que al igual que todos quienes me rodeaban, iba disfrazado, como salvaje en medio de la raída sociedad que integro, como uno mas, como uno menos que se conoce, como todos los demás.

Una vez en esa isla de montañas heladas, la encontré como en oportunidades anteriores: melancólica, sola, olvidada y tan recordada. Cuando transitaba hacia ese destino, fotografié tanto sus parajes, que los rollos para revelar pesaban un poco más que las remembranzas de tu hiel en mis petacas.

Eres exactamente igual a ese clima: frío, pendenciero, provocador, incitante y gélido. No tú, el otro. Aunque ni a millas pude negarte y negárselos, los tequieros, aquellos que esparcí y de regreso encontré desaparecidos, como por miles de nightingladies que confabularon para despistarme, pero no lo lograron, regresé. Regresé a ti, a esta enorme y putrefacta Caracas, de la cual tanto me he enamorado; “no de ti vale, de ella.”

Pude entender que a mi corazón le gustan los dúos. Me irrité, vituperé de él hasta pretender arrancármelo, como si tuviera culpas, como si danzara por mí, como si no fuera yo el indecente. Luego de los jolgorios precedidos de nuestras platicas apasionadas y obscenas, redimí mis conceptos soeces hacia ti, cuando rememoré con dulce picardía, la vez que hicimos el amor, incesantes, sin contacto de nuestros cuerpos y con la conexión de nuestras almas, fue sin restricciones de todo lo contado, lo mas alocado y lo mas excitante.

Al igual que los ríos que fluyen, yo reduje mis ideas a una sola, después de no hallarte a ti, de no encontrar de su parte un “si” con olor a volcanes en reposo, sabor a calles recorridas, dicté el veredicto: reinventarme.

Es que acaso no tengo ya una historia propia, no me la acreditaron al ver la luz, no es así como debí aprenderlo en clases de Biología. ¡Qué aburrido! Prosigo con lo más interesante; en una de estas noches, la hice mía, la tomé por los cabellos, la forcé a ser mi esclava, la arrodillé ante sus míseras suplicas, le aconsejé de forma irónica no contraerse - así le dolería mas - la tiré contra el suelo, tomé mis extremidades y las profundicé en ella, después de cinco alaridos inútiles, conseguí adentrarme, hasta que el sudor se evaporizó. Fue el día en el cual la muerte hizo el amor con la lujuria.

Los vecinos debieron ser testigos de mi asesinato, de cómo maté mi identidad. A la mañana siguiente nadie me miraba a los ojos, o estaba tan absorto que hice caso omiso de sus miradas escrutadoras. Por eso no dejo de culparte de mi suicidio, es lo favorable de estar vivo, puedo condenarte de lo que hiciste. Ilustremente en esa circunstancia claudicada por la inocencia sonó el teléfono, mi madre al otro lado de la bocina exclamaba por enésima vez la siguiente frase: “he dichote que no entregues el corazón, sacrifícalo a quien le merece, y no olvides nunca que nadie fallece a causa de mal de amor”.

No se me permite construir sobre lo destruido. Entre tantos bosques, parece que tú eres el único árbol que das sombra, que cobijas, y según solo soy yo quien lo ve. Empero, desde los recienconocidos hasta los del puerto, tienen razón, afecto sin querer lo que deseo amar, y lo desdeñable es que así también lo crees tú. Es insoslayablemente esta marejada la que me sucumbe ante lo temido, ante lo que con recelo detestaba saber que me aguardaba, y es no suscribirte a esta segunda guerra, donde ni tú, ni él, ni ella, existan.

Hoy por hoy en el Verano.

Cuántos años quedarán, con cuántos anillos me casaré, con cuántas promesas me toparé, con cuantos “tús” saldré, con cuántos closets me tropezaré. En esta novedad vital, no me dedicaré a pensar si tú, aunque padeciendo de amnesia general, podrás o no desterrar mi nombre de tus memorias, tampoco vacilaré en la idea de si aquel vendrá o no a mi, de si lo decidirá, porque harto suficiente he reculado en si me extraña o no, en si me añora o no.

El gato que insistentemente maúlla, el frío que baja de la montaña, si sentiré predilección por el negro o el blanco, la cola de vehículos incrustados en las autopistas que sublevan a esta añejada población de techos rojos, el peso de las mancuernas, que si la guitarra suena, el costo de los Alexanders en el nuevo recinto de locas, que si también habrá salido de la misma placenta, que cuánto durará el amor y si dolerá tanto el próximo olvido, de esto y otras tantas cosas haré como mis oficios, mis artes, mis tareas cotidianas y mis placeres en mi nueva vida.

Y, ¿tú qué serás? ¿Acaso serás el Otoño?

Juan Eduardo Salazar. Ccs; 15-01-09

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